

Como dice esta canción, “bilbainada” para ser más precisos, el Botxo y su entorno han cambiado radicalmente a lo largo de su historia.
Durante muchos siglos, Bizkaia ha latido con un corazón de hierro y por sus venas ha corrido el incandescente arrabio que salía de sus fundiciones. El hierro teñía de rojo nuestros montes, caminos, ríos y gentes. El boom industrial y minero de finales del siglo XIX y principios del XX, consagró el hierro al dios del capital y el crecimiento económico se disparó hasta límites hasta entonces desconocidos.
Bilbao se convirtió en una metrópoli, en un emporio industrial, financiero y comercial de primer orden y la Ría pasó a ser el centro de toda esa actividad. La demanda de mano de obra fue cubierta por miles de inmigrantes que llegaron en busca de un presente y de un futuro mejor. Los costes sociales y medioambientales fueron enormes, pero prevalecía la idea errónea de que el crecimiento era infinito, el desarrollo sostenible ni se planteaba. Esta tremenda y rápida transformación, económica, demográfica y social, modeló las características de nuestra moderna sociedad.
La diversidad cultural, junto con las características propias del duro trabajo y las difíciles condiciones de vida, forjaron un carácter bilbaino, adoptado también por los pueblos cercanos, una personalidad txirene, marcada por el afán de lucha ante la adversidad, orgullo de pertenencia, solidaridad y cierta socarronería.
El Athletic, herencia de aquella época, se convirtió en el símbolo de toda Bizkaia. Esta capacidad de resiliencia hizo que Bilbao superara las crisis, aunque con fuertes costes sociales, y se reinventara, una vez más: la antigua villa comercial se transformó en urbe industrial, para convertirse ahora en ciudad de servicios.
La fragua de Vulcano apagó su fuego, las chimeneas y sus negros humos desaparecieron, la industria pesada fue sustituida por nuevos negocios tecnológicos, comercios y museos, el hierro dio paso al titanio del Guggeheim y las calles fueron ocupadas por turistas, algo impensable años atrás.
Sin embargo, no debemos descuidar los nuevos retos que van surgiendo en este mundo plenamente globalizado y, por supuesto, no debemos olvidar de dónde venimos para saber hacia dónde vamos, porque los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla o como dice el dicho “nosotros somos, porque otros fueron”.
Eneko Pérez Goikoetxea